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Oliveira, el "Doutor", nos deja a los 83 años de edad.

Empresario, copiloto y patrón del equipo Diabolique, fue durante años máximo exponente de los rallyes en el país vecino.

Conocí a Miguel Oliveira cuando yo era apenas un niño. Miguel fue a correr el Rías Baixas de 1978 con el equipo privado que él mismo creó ese año, en el que ejercía de mecenas, de director y de copiloto, un rally que servía de escapada a su habitual campeonato portugués, en el que participaba: era el Team Diabolique, nombre de una colonia que fabricaba una de sus empresas.

El caso es que, a los mandos de un Porsche 911, se vieron superados por un joven piloto local con un Ford Fiesta. Ese piloto era mi padre, Rafa Cid, y esa victoria fue la primera de un vigués en el rallye de casa, y la primera en el mundo de un Ford Fiesta en un rallye. Así se conocieron. El caso es que, al volver a Portugal, sus rivales habituales se pitorrearon un poco de él, por haberse, decían, dejado ganar por un rival claramente inferior. Quizá por eso el piloto de Miguel, José Gonçalves, contactó con mi padre para insistirle en que fuese a correr a Portugal con su Fiesta, para que los demás viesen de lo que era capaz.

Mi padre no se lo pensó dos veces y allá fue, pero sus ansias hicieron que se saliese de la pista “por un exceso de fogosidad”, y no pudiese acabar la carrera, el Rallye James. Pero antes de eso llegó a rodar segundo y a ganar tramos, dejando tranquilo a José.

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De carreras en Portugal

A raíz de todo aquello, fue Miguel Oliveira el que llamó a mi padre para convertirlo en piloto profesional de “la Diabolique”, con él a la derecha, a los mandos de un Ford Escort Mk II. Con él corrieron el campeonato portugués, o el RAC de Inglaterra, y finalizaron séptimos absolutos en el Rallye de Portugal, primeros privados y primer equipo local, lo que hizo rugir al público de pasión. Mi padre hizo campeón de portugal de copilotos a Miguel, pero él no pudo serlo porque los extranjeros no puntuaban, no era un campeonato “open”. Hasta carecían de preferencia en el orden de salida “y muchas veces adelantábamos a coches que salían antes que nosotros en el tramo”, me contaba.

Una vez, hace unos años, un señor apareció en la puerta de casa de mi padre y le vendió la colección de recortes de lo que aparecía en la prensa portuguesa de la época, y no tenía desperdicio. Miguel y mi padre, la Diabolique, eran el equipo a batir, y estaban en todos los titulares, ganasen o no.

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Zanini y la época dorada

En un rallye de las Azores, un golpe con una piedra hizo que el volante rompiera el brazo a mi padre -algo que le pasó a otro piloto nórdico de Escort MkII, tan duras iban las direcciones-, y fue entonces Antonio Zanini el que tomó el relevo momentáneo al volante para lograr puntos para Miguel de cara al campeonato Portugués, y para él de cara al Europeo. De aquella, la Diabolique, que seguía siendo un equipo privado de ensueño, llegó a desplegar hasta tres coches por carrera.

De vacaciones con toda la familia en una de las casas de Miguel en el Algarve, él siempre me decía “¡Hoy comemos frango asado!”, porque sabía que era lo que más me gustaba.

Posteriormente, Miguel fichó a Joaquim Santos, piloto con el que ganó tres campeonatos de Portugal desde 1981 hasta 1990, mas tres subcampeonatos, y con el que llegaría al culmen de su fama. Desafortunadamente, a los mandos de un Ford RS 200, sufrieron un fuerte accidente con víctimas en el tramo de Sintra en 1986 que contribuyó, como el de Toivonen, a la extinción de los Grupo B.

Por fortuna, volví a ver a Miguel y a su hijo años después. Ambos participaron en varias ocasiones en el Rallye de regularidad de Clásicos Costa Atlántica, que organizaba mi padre, al que siempre acudían con un flamante Lancia Stratos de calle, y con el que siempre peleaban, como no, por la victoria, aunque no fuese con el casco puesto. Miguel no solía vender los coches que compraba, ni los de serie ni los de competición, y los tenía guardados en su garaje delante de una foto de acción y los trofeos conseguidos con cada uno, desde los Escort hasta dos RS 200, o el citado Stratos.

Se va así un personaje entrañable, "o Doutor", porque en Portugal llaman doctores a los que tienen título universitario, o por lo menos de aquella. Piedra fundamental del automovilismo luso, una persona con carácter, pero también bromista y sonriente, en particular con aquel niño al que invitaba a "frango asado".

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Miguel Oliveira