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Los éxitos que está cosechando el gerundense Álex Palou en Estados Unidos en la IndyCar nos llenan de orgullo a los españoles. Es el primer campeón de nuestro país en esa especialidad, que, si bien está un escalón por debajo de la Fórmula 1 en el escalafón de las competiciones de monoplazas, tiene una carrera en su calendario, las 500 Millas de Indianápolis, que supera en importancia y prestigio a cualquier Gran Premio.

Es por esto que, cuando gracias a los brillantes resultados de Palou en América se rumorea su nombre como un futurible de la F1, suelo argumentar siempre con un rotundo ¿para qué? De no acceder a uno de los mejores coches de la categoría, no es un progreso en su carrera deportiva como muchos pretenden, sino un claro retroceso. Allí es una estrella emergente cada vez más reconocida y admirada, mientras que si regresara a Europa se enfrentaría a una apuesta muy arriesgada de resultado incierto.

No es casual que los pilotos que han venido de la IndyCar y han triunfado, como es el caso de Jacques Villeneuve o Juan Pablo Montoya, corrieran en equipos punteros después de haber realizado un programa muy serio de entrenamientos privados. Aun así, al principio ambos sufrieron problemas de adaptación. Por el contrario, pilotos que fracasaron en el intento, como Michael Andretti o Alex Zanardi, llegaron a equipos de prestigio como McLaren o Williams, pero en horas bajas de competitividad, lo que se traduce en un desinterés del equipo en darte cariño, medios y tiempo de adaptación, por poner todos los huevos en la cesta del piloto estrella, con el objetivo de que les saque lo antes posible del hoyo.

Si esa circunstancia suponía un problema en tiempos de entrenamientos libres, imaginen lo difícil que le pondrían a Palou la transición de un lado al otro del Atlántico con la limitación actual de entrenamientos. Con el talento que tiene el piloto español, no me cabe ninguna duda de que tarde o temprano estaría al nivel de los mejores, pero, en este mundo de juicios y conclusiones precipitadas, el riesgo de que por falta de paciencia la cosa salga mal es muy alto.

Además, triunfar en la Fórmula 1 puede ser lo más grande, pero miren por ejemplo el caso de Fernando Alonso y su ansia por ganar las 500 Millas de Indianápolis, una prueba en la que Palou no venció por centésimas en 2021 y que tarde o temprano ganará. En Estados Unidos, además, cuando te labras un bien ganado prestigio, es mucho más fácil ganarse bien la vida profesionalmente que en Europa, donde, salvo que seas alemán o inglés, el acceso a volantes oficiales de equipos o constructores es tremendamente difícil.

Véase el caso de Antonio García, representando desde hace años los colores de una gran marca como es Corvette y disfrutando de una brillante y longeva carrera profesional. Como contraste, ¿alguien entiende que un piloto de la categoría de Nico Hulkenberg, por ejemplo, tenga que poner dinero a estas alturas de su carrera deportiva para seguir en la F1?

A menor escala, es por ejemplo un buen paso el que acaba de dar Roberto Merhi, quien, después de deambular durante años por Europa buscando equipos que reconozcan su valía, lo ha encontrado finalmente en Japón en su prestigioso Campeonato de GT. Quizá el de Benicasim debería haberse marchado antes al País del Sol Naciente, porque tanto allí como en América si demuestras talento y compromiso tienes muchas más posibilidades de desarrollo profesional.

La quimera de llegar a la Fórmula 1 confunde mucho, y Palou es el ejemplo de que hay vida, y de la buena, en otros campeonatos.

 

Nº 1772 (Junio, 2022) 

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