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En ciertos sectores de la economía que pueden estar rodeados de conflictividad o polémica ante cuestiones sensibles para la ciudadanía, la autorregulación es una suerte de acuerdo tácito o expreso entre los principales actores del sector en cuestión para marcarse entre ellos unos límites, antes de que vengan desde fuera las autoridades a marcarlos.

Comento esto porque, a pesar de las amenazas que cada día que pasa sufren los rallyes, nuestro automovilismo sigue como Don Tancredo ignorando las señales que amenazan su futuro. La inexplicable y vergonzosa anulación del Rallye de los Volcanes en Lanzarote debería haber sido el detonante definitivo para que todo nuestro automovilismo abriera un debate sereno acerca del futuro de la especialidad en nuestro país. Pero nada de esto ha ocurrido.

En lugar de tomar nota de lo sucedido, nos hemos embarcado en debates estériles sobre si la culpa es de tal o cual partido político, Federación o club organizador. Por supuesto que alguna de las partes implicadas en el conflicto será más culpable que otra, pero centrarse en eso es quedarse en la anécdota y no ir al fondo. El problema real es que hay una parte cada vez más importante de la opinión pública que está decidida a acabar con los rallyes. Estos colectivos anti rallyes fuertemente ideologizados ni entienden ni querrán entender nunca sus particularidades, ni por supuesto los beneficios económicos y sociales que aportan.

Es inútil intentar convencer por ejemplo a esos ecologistas cerriles de que el paso de un rallye a menudo es la gran oportunidad anual para limpiar bosques y montes, que están hechos un asco después de un año de abandono. Nos guste o no, tenemos que ir acostumbrándonos a cambiar los rallyes tal y como los conocemos, porque, si no lo hacemos, antes de lo que imaginemos lo ocurrido en Lanzarote puede replicarse en todo el territorio nacional.

La solución pasa inevitablemente por ir renunciando a partes para no perder el todo. Será necesario ocupar el menor número posible de vías públicas, utilizar solo las imprescindibles y menos frecuentadas, y habrá que crear nuevos formatos que resulten divertidos a los aficionados, a pesar de que no tengan nada que ver con los rallyes de toda la vida.

Porque además el argumento de no poder tocar cosas, porque siempre fue así, da argumentos a nuestros enemigos. En los años 60, por ejemplo, Paco Godia hizo un récord de velocidad entre Madrid y Barcelona en menos de 4 horas. ¿Alguien cree que hoy en día el mítico Godia no hubiera acabado en la cárcel, a diferencia de entonces, que salvo alguna ceja levantada hizo en general bastante gracia? Podemos optar por seguir como la orquesta del Titanic, tocando como si no pasara nada, pero ya sabemos lo que ocurre cuando no atiendes a las señales de emergencia.

 

Nº 1773 (Julio, 2022) 

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