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El nuevo presidente de la FIA tiene ante sí una difícil papeleta, muy similar a lo que les ocurre a los presidentes del Gobierno cuando entran al cargo. O en sus primeros 100 días consigue imponer su autoridad sobre los asuntos más espinosos o, en el caso de tener que recular y ceder en contra de su criterio, arrastrará el problema durante toda la legislatura.

No son pocos los frentes que tiene abiertos la FIA en este momento. La década en la que Jean Todt ha estado al frente ha tenido sus luces y sus sombras, pero, en sus últimos años de mandato, su progresiva ausencia para afrontar los problemas ha provocado que la bola empiece a ser muy grande en varias cuestiones. La cuestión más llamativa, por el impacto mediático que lleva aparejado, es sin duda el asunto de los comisarios deportivos y la dirección de carrera en la Fórmula 1.

Un mes después de haber terminado la temporada, aún colea la polémica acerca de la influencia que tuvo Michael Masi en el devenir del campeonato. Mercedes y Lewis Hamilton, a través del poderoso lobby inglés, piden la cabeza del director de carrera australiano. Poco más o menos, el escenario planteado es: Hamilton se retira porque la FIA no ha tomado medidas ante el robo. Y todo esto después de un desplante antirreglamentario en la entrega de premios de la FIA, donde el piloto inglés también acudió. Es decir, estamos ante un desafío a la autoridad y un cuestionamiento de la reputación de la institución en toda regla.

Si echamos la vista atrás, una situación parecida se vivió con el pulso entre Ayrton Senna y el entonces presidente de la FIA Jean-Marie Balestre a principios de los 90, cuando el brasileño acusó al francés de haberle perjudicado deliberadamente para beneficiar a su compatriota Alain Prost. La popularidad mundial de Senna y el favor de la opinión pública eran tan grandes, o mayores, como los que pueda disfrutar hoy en día Hamilton, pero no por ello Balestre se arredró.

“O pides perdón o no tienes licencia”. Así de claro fue el máximo mandatario del deporte de la época. A pesar de las inmensas presiones políticas y mediáticas, así como de todas las amenazas que hizo Senna de abandonar la Fórmula 1, al final el tricampeón brasileño tuvo que agachar la cabeza y disculparse públicamente. Hay pocos personajes en la historia del automovilismo que me generen más antipatía que un burócrata arrogante como era Balestre, pero, oye, cuando alguien sabe hacer respetar a la institución que representa y obliga a envainársela públicamente al gran ídolo de masas, no hay más remedio que descubrirse.

Es obvio que hay un problema en la FIA con el comisariado deportivo, pero mal haría Mohammed ben Sulayem en empezar su mandato cediendo a las presiones. Se necesita una revisión profunda de los protocolos y de la redacción de ciertas normas que dejan demasiado espacio a la arbitrariedad. Pretender que todos los problemas que ha vivido la F1 son por culpa de la incompetencia de Michael Masi es quedarse en la anécdota y no ir al fondo del problema.

Ceder al pánico de la opinión pública y de los poderosos lobbys, en política o en Federaciones deportivas, sale siempre muy caro, pues la gente ya sabe qué pie calzas y a partir de ahí imponer tu autoridad cada vez será más complicado. Y no vale recurrir al manoseado tópico de que no estamos en una dictadura y que el autoritarismo es algo propio de tiempos pasados. Ben Sulayem tiene que tener cuidado además, porque es el primer presidente de la FIA ajeno al establishment europeo. Si no se hace respetar, negro futuro auguro a su Presidencia.

 

Nº 1768 (Febrero, 2022) 

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