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Carlos Sainz siempre ha sido un piloto que bajo presión ha sacado lo mejor de sí mismo. A lo largo de su carrera deportiva, ha tenido algunas ocasiones donde se la jugaba a todo o nada, y siempre supo salir airoso del trance, porque en los momentos complicados era capaz una y otra vez de sacar su mejor versión. Carlos es un tipo duro, mucho más duro de lo que aparenta su imagen de buen chico, que toda madre querría para marido de sus hijas.

Y tiene mucho mérito, porque, más allá de crecer en un entorno privilegiado y soportar la pesada carga de un ilustre nombre y la permanente comparativa con los éxitos deportivos de su padre, Carlos siempre ha tenido que convivir con esa desagradable situación de estar obligado a demostrar algo más que el resto. Nadie es fichado por Ferrari si no demuestras algo especial, y si la Scuderia quiso fichar a Sainz es porque, de todas las opciones que había en el mercado, era la que más les convencía a todos los niveles. Ni sponsors, ni dinero ni apellidos ilustres. Solo talento y capacidad de trabajo es la ecuación que manejan en Maranello para fichar pilotos, y cuando allí te fichan es porque lo mereces. Fin de la discusión.

Quizá habría que añadir a esa ecuación un tercer factor como es el de la fortaleza mental, pues en Maranello son muy conscientes de la olla a presión que supone para cualquier piloto correr con sus colores. Todos se lo imaginan antes de vestirse de rojo, pero ninguno comprueba hasta qué punto esta afirmación es cierta hasta el día que lo viven. En Ferrari, cada mínimo movimiento es analizado con lupa, cada acierto o cada error se magnifica hasta la desmesura más absoluta, las comparaciones no se hacen por resultados de carrera o de clasificación, sino de hasta la más irrelevante sesión de entrenamientos libres. En definitiva, Ferrari no es territorio para los blandos de corazón.

Carlos Sainz, por esa fortaleza mental que mencionábamos, ha encajado muy bien en el equipo, tal y como lo imaginaba Mattia Binotto, el jefe de la Scuderia. Sin embargo, por muy fuerte que seas, hay que asumir que en algún momento la presión necesita una válvula de escape, y si llegan fallos tampoco hay que darles mayor importancia. Los accidentes de Carlos en la segunda jornada de entrenamientos libres de los dos últimos Grandes Premios de Países Bajos e Italia se han analizado como un factor extra de presión con el que ha tenido que lidiar Carlos durante las carreras, y no se ha considerado quizá el hecho de que en estos dos golpes fuertes en sesiones a priori irrelevantes la presión fuera la causa y no la consecuencia de esas salidas de pista.

Arriesgar en una sesión irrelevante no tiene sentido, pero, por increíble que les resulte a algunos, en Ferrari a menudo te ves obligado a ello. Cuando no es un periodista es un directivo imprudente, cuando no es un ingeniero bocazas es un compañero de equipo que habla de más. Es la eterna historia de Ferrari, donde, además de intentar centrarte en hacer tu trabajo lo mejor posible, también tienes que luchar para que todo el murmullo del entorno no te distraiga. Es inevitable por tanto que de tanto ir el cántaro a la fuente de la presión este a veces termine por romperse.

Cuando Carlos apareció este año por primera vez en su vida vestido como piloto de Ferrari en Monza, con una marea roja absolutamente entregada a él, quizá terminó de darse cuenta del porqué de esa absurda presión con la que se obliga a convivir a cualquier piloto que defienda los colores del cavallino. Para lo bueno y para lo malo, conducir para Ferrari es algo único, y el peaje que hay que pagar por ello sin duda es muy alto. Eso sí, si las cosas salen bien, hay algo más que dinero y títulos. Hay gloria.

 

Nº 1764 (Octubre, 2021) 

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